Martí, por siempre Martí


                El pasado viernes se cumplieron 158 años del nacimiento del Apóstol de la Libertad de Cuba, José Julián Martí Pérez (José Martí). Poeta, maestro, pensador, luchador revolucionario que desde muy joven dio muestras fehacientes de su compromiso, no sólo con la libertad de su patria del yugo español, sino con la América Morena, con América Latina.
                La vida fecunda y preclara de Martí está ligada a la historia de la República Dominicana, donde estuvo tras el rastro glorioso del “Napoleón de las guerrillas”, Máximo Gómez, a quien solicitó poner nuevamente su machete a favor de la independencia de la patria de Maceo; demanda a la que accedió convencido de que, a cambio, posiblemente sólo recibiría “el olvido y el desprecio de su pueblo”.
               Quiero compartir con ustedes, queridos amigos, este poema revelador de la visión  y el conocimiento de la fauna política que poseía José Julián Martí Pérez. Les advierto que cualquier parecido con los nuevos tiranos del mundo… es más que pura coincidencia.
Banquete de tiranos
Hay una raza vil de hombres tenaces
de sí propios inflados, y hechos todos,
todos, del pelo al pie, de garra y diente,
y hay otros, como flor, que al viento exhalan
en el amor del hombre su perfume.
Como en el bosque hay tórtolas y fieras
y plantas insectívoras y pura
sensitiva y clavel en los jardines.
De alma de hombres los unos se alimentan,
los otros su alma dan a que se nutran
y perfumen su diente los glotones,
tal como el hierro frío en las entrañas
de la virgen que mata se calienta.

A un banquete se sientan los tiranos,
pero cuando la mano ensangrentada
hunden en el manjar, del mártir muerto
surge una luz que les aterra, flores
grandes como una cruz súbito surgen
y huyen, rojo el hocico y pavoridos
a sus negras entrañas los tiranos.

Los que se aman a sí, los que la augusta
razón a su avaricia y gula ponen,
los que no ostentan en la frente honrada
ese cinto de luz que en el yugo funde
como el inmenso sol en ascuas quiebra
los astros que a su seno se abalanzan,
los que no llevan del decoro humano
ornado el sano pecho, los menores
y los segundones de la vida, sólo
a su goce ruin y medro atentos
y no al concierto universal.

Danzas, comidas, músicas, harenes,
jamás la aprobación de un hombre honrado.
Y si acaso sin sangre hacerse puede,
hágase... clávalos, clávalos
en el horcón más alto del camino
por la mitad de la villana frente.
A la grandiosa humanidad traidores.
Como implacable obrero
que a un féretro de bronce clavetea,
los que contigo,
se parten la nación a dentelladas.