José Saramago: dónde se ha de enterrar a un escritor?


Después de sostener por años su voluntad de ser enterrado bajo una piedra en su jardín de Lanzarote, Saramago aceptó que sus restos fueran repatriados a Portugal e incinerados allí. Muerto el viernes pasado a los 87 años, Saramago se había autoexiliado en 1993 a raíz de la polémica generada por su libro El evangelio según Jesucristo y en oposición al gobierno conservador de su país natal.

No es el primero de los grandes autores, los autores más representativos de una nación (Saramago, por ejemplo, es el único Premio Nobel de Portugal), que eligen -aunque luego, como en este caso, se arrepientan-, un destino extranjero. A pesar de poemas y poemas dedicados al arrabal porteño y de sentirse tan descendiente de Argentina como de sus antepasados ingleses, Jorge Luis Borges, sin duda el escritor argentino más celebrado, también eligió morir en otra parte: la Ginebra que amó desde su juventud. Del mismo modo que lo hicieron César Vallejo y Julio Cortázar (que están en Montparnasse, París); Ezra Pound, que yace en Venecia, y James Joyce, que descansa en Zurich.
Hace poco hubo un debate en el que intereses privados y públicos se mezclaron mostrando cuánto se juega en algo tan concreto, pero tan simbólico, como una tumba. Alejandro Vaccaro, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, reclamaba, apoyado por un sector del poder político, los restos de Borges porque, según decía, tenía pruebas de que yacer en Buenos Aires -cerca de sus antepasados, en el famoso cementerio de la Recoleta- era su deseo genuino. Por el contrario, la viuda de Borges, María Kodama, insistía con que Ginebra fue su última voluntad.
¿Cómo dirimir una cuestión así? ¿Tiene su país de origen derecho de reclamar la posesión de sus restos? Y a la inversa, los escritores ¿tienen una especie de obligación moral con su patria? Por otro lado, ¿tienen sus deudos derecho de elegir? ¿De quién es un escritor, de dónde es un escritor?