FABULA DEL PUERCO ESPIN

Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío.
Los puercoespines percibieron esta situación, acordaron vivir en grupo, así se daban abrigo y se protegían mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que le brindaban calor, y por eso se separaron unos de otros.

Pero volvieron a sentir frío y tuvieron que tomar una decisión, o desaparecían de la faz de la tierra o aceptaban las espinas de sus vecinos, con sabiduría.
Decidieron volver a vivir juntos.
Aprendieron así a vivir con las pequeñas heridas que una relación muy cercana podía ocasionar , porque lo que realmente era importante era el calor del otro.
¡¡¡Sobrevivieron!!!
Moraleja de la historia: la mejor relación no es aquella que une personas perfectas, es aquella donde cada uno acepta los defectos del otro y consigue perdón por los suyos.
Segunda moraleja: para garantizar una buena convivencia con los seres queridos, debemos colocarnos a la distancia en que nos demos calor y no nos propinemos heridas.

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Uno de los primeros acercamientos de Ludwig Wittgenstein a la filosofía, como todo buen iniciado, fue El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer -Borges aprendió alemán únicamente para poder leer este libro en versión original-. Y una de las historias schopenhauerescas preferidas de Wittgenstein es la de los puercoespines, que aparece en Parerga y Paralipómena. Schopenhauer explica en esta historia que cuando los puercoespines tienen frío deciden reunirse todos y juntarse mucho para darse calor unos a otros. Por supuesto, la excesiva unión por parte de los animales tenía como resultado que se clavaran las espinas unos a otros, haciéndose daño.
Los puercoespines se veían en una situación comprometida, ya que por un lado tenían que elegir entre enfrentarse al frío o a las espinas de sus propios congéneres. La necesidad de calor los llevó a tomar una solución intermedia: seguirían reuniéndose, por necesidad biológica, pero procurando mantener una distancia de seguridad mínima, para evitar hacerse daño unos a otros. Así conseguían satisfacer su necesidad de calor y al mismo tiempo conseguían salvarse de las espinas.
No hay que pensar mucho para darse cuenta de que en la historia de Schopenhauer los humanos son los puercoespines. El miedo a la soledad, el miedo al yo y a la individualidad, el sentimiento gregario, o simplemente porque como señaló Aristóteles y como repitió Santo Tomás de Aquino el hombre es un animal político -es decir, social-, nos lleva a reunirnos en comunidades. Pero hay algo en forma de espina -ya sea el egoísmo, el odio, etc.-, que lleva a que si nos acercamos demasiado los seres humanos nos hacemos daño unos a otros. Por eso, la sociedad, siguiendo unas convenciones, establece una distancia mínima entre seres humanos. Esta distancia mínima es la de los buenos modales, el saber estar y la cortesía. De no existir nos pincharíamos unos a otros, y la convivencia sería insoportable.
Algunos hombres no necesitan la calidez de sus congéneres, porque la llevan incorporada en su interior. Por supuesto, se ven como bichos raros. Evitan reunirse en sociedad, porque no lo necesitan. Así se salvan de causar o de que les causen malestar. Siempre tiene que haber peces que naden contra corriente.